El 2 de marzo del 2016, el mundo sufrió el asesinato de la compañera Berta Cáceres. Desde ese momento, quienes asumimos la lucha por justicia señalamos que con este acto se pretendió frenar la lucha del pueblo Lenca en defensa del Río Gualcarque. El crimen contra nuestra Berta se da en un contexto de impunidad y violencia contra las defensoras de la tierra. El 3 de marzo del 2016 esto quedó evidenciado cuando a primera hora de ese día funcionarios públicos asociaron públicamente y sin pruebas, el asesinato al crimen común. Pero los asesinos de Berta Cáceres tienen nombres y apellidos, son los que, en su momento, fueron accionistas de la empresa DESA, de la que hoy solo queda su nombre manchado de sangre.
Desde la mirada de las compañeras y compañeros de nuestra Berta, la justicia es profunda: la hacemos los pueblos, se construye en las comunidades, continuando con los proyectos en defensa de la vida y del futuro[L1] . También se construye desafiando a las instituciones de justicia para que realicen su trabajo. En ninguno de estos espacios esta construcción es fácil, las comunidades se enfrentan día a día con los impactos que las empresas, los militares y policías dejan en los territorios. Por otro lado, desafiar a las instituciones de justicia significa apelar a espacios racistas y patriarcales que nunca han contemplado las visiones de mundo y realidades de las comunidades y sus liderazgos.
Disputarle justicia al Estado
Dentro de las instituciones de justicia se lleva a cabo el juicio contra Roberto David Castillo, quien fungió como gerente general de la empresa DESA. Después de más de dos años de dilaciones, en estos días, se desarrolla la etapa de juicio oral y público en donde se debaten las pruebas de las diferentes partes del proceso. Hasta este momento se ha demostrado ampliamente la vinculación directa de Roberto David Castillo con el asesinato de Berta: las extracciones telefónicas realizadas a los celulares de los empleados de DESA han demostrado que él coordinó y proporcionó logística a los sicarios que asesinaron a Berta Cáceres. Además se ha comprobado que David Castillo trasladó y aseguró la ejecución de las órdenes de los asesinos intelectuales a los asesinos materiales, es decir que se evidenció su rol clave de enlace entre quienes pagaron el asesinato y quienes lo ejecutaron. Pero el rol de este empresario no se limitó a esto. La misma Berta Cáceres habló de la formación en inteligencia militar de este sujeto y, como se ha visto a lo largo de las audiencias, él utilizó esta formación para controlar y hacer seguimiento a las acciones que ella realizó.
En el proceso judicial se han presentado diferentes pruebas que apuntan directamente a la culpabilidad del Roberto David Castillo, pero también hay pruebas que evidencian que la labor de Castillo, como atacante de las comunidades, está enmarcada dentro de las políticas de despojo hacia las comunidades indígenas que se han construido desde la colonización y que, en los últimos tiempos, se reforzaron con el Golpe de Estado del 2009. Este asesinato se desenvuelve dentro de las relaciones desiguales de poder legitimadas por el patriarcado, el racismo y el capitalismo.
Los pueblos saben hacer justicia
Fuera de la sala de audiencia también se desarrollan los debates en torno a la justicia. Estos debates se dan principalmente en el Campamento Feminista “Viva Berta” que se instaló en las afueras de la Corte Suprema de Justicia. Las organizaciones se instalaron declarando que “con este campamento, nosotras mujeres feministas, luchadoras, defensoras de la vida, haremos presencia permanente ante el proceso judicial que se está desarrollando en la Corte Suprema de Justicia para obtener #JusticiaParaBerta y castigo para sus asesinos intelectuales”. Este campamento, impulsado por la Red Nacional de Defensoras de Honduras, La Organización Fraternal Negra de Honduras (OFRANEH) y el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), ha reunido a decenas de mujeres, hombres, niños y niñas que desde diferentes expresiones de lucha van construyendo la otra justicia: la que los pueblos saben hacer.
Al caminar por el campamento una se encuentra un círculo de flores, que rodea un árbol que a su pie tiene una imagen de nuestra Berta, velitas de colores mantienen uno de los tantos fuegos que arden en el campamento. El otro fuego es el de las hornillas improvisadas que cocinan la comida que se reparte tres veces al día a quienes acampan. Después de las pláticas que se dan entre bocado y bocado cada persona va con su plato y su taza a la pila y entre enjabonada y pailada de agua se aprovecha para actualizarse de las novedades en el campamento. Corre el olor del café en las tardes en que mientras unas personas reposan en sus hamacas otras desesperadas buscan conectar sus aparatos para hacer su oficina en medio de la carpa que funciona con sala de salud.
Los niños y las niñas corren alrededor de las mesas en las que las personas adultas se valen de colores, pegamento e hilos para crear libretas, sujeta-mascarillas, foto-bordado y mantas que adornan toda la comunidad que emerge en medio de la capital. El aire del campamento corre por las mañanas.
Al llegar al campamento una siente una alegría que sube desde los pies, que siente la tierra, que ha dejado de ser un estacionamiento, para alojar la rebeldía de las comunidades, que resguardadas en carpas, miran de frente al edificio del poder judicial, que desde hace unos meses estrena un muro. Cuando una llega nadie interrumpe sus tareas, pero saludan con la naturalidad de quien sabe que está llegando a casa. Siempre hay una silla disponible para sentarse, un círculo para conversar, comida y colores. El campamento está ahí para llegar antes de entrar a la audiencia y cargarse de energías maravillosas y para llegar después de la audiencia y despojarse de la violencia y hostilidad que una recibe en la Corte Suprema de Justicia.
¡Cuánta solidaridad, cuánto cariño y compromiso vibra en ese bastión de dignidad!
El camino de nuestra Berta
“Los pueblos saben hacer justicia” dijo nuestra Berta y rebota como eco aquella frase que nos ha quedado como un abrazo, que nos compromete y nos alivia el ardor que da la impunidad. Hoy seguimos aquí, frente al poder judicial, nombrando a los asesinos, disputando el futuro de las comunidades indígenas, forjando territorios libres del patriarcado porque es cierto que Berta se multiplicó, no sólo en mi y mis hermanas sino en todas esas voces del pueblo Lenca y quienes nos acompañan que junto a nosotras hacen justicia en cada lucha.