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Guatemala, 4 de marzo del 2020

 

No se sabe con exactitud cuándo fue la primera conmemoración del Día Internacional de la Mujer debido, como sabemos, a que el patriarcado borra nuestra historia a través de una de las instituciones que lo mantienen que yo llamo la historia robada. Sí sabemos que el 3 de mayo de 1908 en el teatro Garrick de Chicago, se organizó un acto denominado “Día de la Mujer”, presidido por destacadas mujeres socialistas y que el 28 de febrero de 1909 se celebró por primera vez en Nueva York, el Día Nacional de la Mujer organizado por las Mujeres Socialistas tras una declaración de su partido en honor a la huelga de las trabajadores textiles de 1908 en la que éstas protestaron por las penosas condiciones en las que trabajaban exigiendo una reducción de la jornada laboral, mejores salarios y todos los derechos asociados al derecho al voto.

Sabemos que, en 1910, en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida en Copenhague, se reiteró la demanda de sufragio universal para todas las mujeres y, a propuesta de Clara Zetkin, se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.  También sabemos que, en algunos de nuestros países, gracias a las mujeres organizadas se celebraban diferentes días para los derechos de las mujeres o de ciertos grupos de mujeres como el 25 de julio en el que en Guatemala se celebra el día de la Mujer Garífuna o el 5 de setiembre en el que en América Latina se celebra el Día Internacional de la Mujer Indígena.

Como vemos, aunque el día de las mujeres ha tenido diferentes comienzos y significados en diferentes partes del mundo, las Naciones Unidas comenzaron a reconocer el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer en 1977. Desde entonces, en todo el mundo, el 8 de marzo se considera un día para celebrar los logros sociales, económicos, culturales y políticos de las mujeres, pero también para llamar la atención de todo lo que falta por lograr.

Por ejemplo, el hecho de que 25 años después de la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing, todavía necesitemos una Día Internacional de la Mujer debería ser un recordatorio, para aquellos que cada 8 de marzo se burlan de un día para nosotras, de que más de la mitad de la humanidad, o, en otras palabras, casi 4.000 millones de personas, aún enfrentamos demasiadas formas de discriminación. 

De hecho, la discriminación basada en el sexo/género está en la base de cada problema que enfrentamos las mujeres, independientemente de nuestro estatus o identidad. Funciona sistemáticamente en todas las esferas de la vida de las mujeres mantenida por una serie de instituciones cuya intención es precisamente el de mantenernos como seres devaluados.  La discriminación es de hecho política y ocurre por diseño. La discriminación estructural, que existe en los ámbitos público y privado, refleja un desequilibrio de poder subyacente que resulta y a la vez es consecuencia de esa devaluación de las mujeres y de todo lo asociado con nosotras como lo es el cuido y la Madre Tierra.

La discriminación contra las mujeres significa que a todas se nos relega a un estado inferior, ya sea a través de formas de discriminación que van desde lo que muchos perciben como una negación inocua de ciertos derechos, pasando por diferentes formas de estigma, exclusión o marginación a formas extremas de violencia y feminicidio. La desigualdad de género, que es el resultado de cualquiera de estas formas de discriminación se ve exacerbada por su intersección con otros factores, como la pobreza, la guerra, el racismo, la edad, la (dis)capacidad, el estatus migratorio, la religión, la orientación sexo-afectiva, la identidad de género o cualquier otra condición que a través de la historia les ha servido a los hombres poderosos para ejercer el poder sobre las y los integrantes de ciertos grupos.  La discriminación contra las mujeres socava el bienestar de todas las personas y es inherentemente injusta. Por eso es por lo que las feministas insistimos en que todas aquellas personas que se preocupan por los derechos humanos, la paz, la justicia social y climática están llamadas a la acción para acelerar la eliminación de todas las distintas formas de discriminación contra todas las mujeres.  Sin esa eliminación, la igualdad no existe y sin igualdad para todas las personas no habrá un futuro sostenible para la humanidad.

Lamentablemente muchas personas insisten en que la discriminación contra la mujer no existe o es natural.  Peor aún, muchas personas ni siquiera creen en la igualdad y muy pocas están comprometidas con lograrla.  Lo vemos en el hecho de que a pesar de los 25 años que llevamos las feministas exigiendo la implementación de la Plataforma de Acción de Beijing, los 27 años después de que logramos que los derechos de las mujeres fueran declarados derechos humanos en la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena, y los más de 40 años de la existencia de la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra las mujeres, CEDAW, muchas formas de discriminación contra las mujeres, o contra algunos subgrupos de mujeres como las mujeres indígenas, las mujeres con discapacidad, las ancianas, las adolescentes, etc. todavía se consideran cuando mucho, un mal menor. Si bien hemos logrado que muchos países hayan eliminado una serie de leyes discriminatorias, ningún país las ha eliminado todas y ninguno está totalmente libre de prácticas discriminatorias.  La discriminación persiste en algunas de las áreas más críticas de la vida de las mujeres, incluida la autonomía corporal. En todas partes, en diferentes grados, las mujeres seguimos siendo discriminadas, ya sea por actos u omisiones del Estado que nos niegan explícita o implícitamente el ejercicio de un derecho, por su incapacidad de adoptar e implementar políticas nacionales destinadas a lograr la igualdad substantiva para todas las mujeres o por permitir o tolerar actos discriminatorios de actores no estatales como lo son las empresas extractivas y los agresores domésticos, entre muchos otros.

Las creencias erróneas sobre qué actos u omisiones constituyen discriminación contra la mujer, agravadas por actitudes y conductas machiplacientes, racistas, zeno, homo y transfóbicas, deben combatirse mediante información y educación precisas y accesibles. El hecho de que todas las mujeres seguimos siendo consideradas inferiores y la gran mayoría vivimos la exclusión del poder político, económico, social y religioso, así como la violencia física, psicológica, sexual, simbólica y económica además de sometidas a estereotipos y estigmas dañinos, forzadas a matrimonios y formas contemporáneas de esclavitud, privadas de oportunidades educativas y laborales son prueba de que las mujeres seguimos discriminadas por ser mujeres.  Y si además nos desaparecen de la historia, nos invisibilizan en el lenguaje, nos niegan nuestros derechos reproductivos al tiempo que nos responsabilizan del cuidado de los seres humanos pequeños, ancianos y enfermos y somos denigradas en los medios, así como en las canciones, películas y otras producciones y tradiciones culturales, son una evidencia más de que todavía ningún Estado o nación ha eliminado la discriminación contra las mujeres.

El continuum de violaciones a casi todos nuestros derechos significa que la discriminación contra nosotras es real.  El que no se nos garantice que se nos van a satisfacer nuestras necesidades específicas como mujeres, y más como mujeres pertenecientes a grupos discriminados también constituye una discriminación.  Negarles a las mujeres el acceso a los servicios de salud que solo nosotras necesitamos en función de aspectos específicos de nuestro sexo y género y el hecho de que millones de nosotras morimos por muertes evitables, también es una forma de discriminación.

A pesar de vivir tantas diversas formas de discriminación, las mujeres defensoras de los derechos humanos nos involucramos en una variedad de asuntos como cuando nos organizamos para poner fin a la violencia armada, al militarismo, el autoritarismo, el fundamentalismo y el extremismo, el hambre, la codicia corporativa, el racismo, entre muchos otros. Luchamos por la justicia ambiental y climática, el agua como un bien y no como un recurso comercial, los derechos de las y los niños, las y los adolescentes, jóvenes y ancianos, los romaníes y los pueblos indígenas, las minorías, los migrantes y las personas LGBTIQ. Las mujeres defensoras de nuestros derechos humanos, encabezadas por feministas, hemos logrado el reconocimiento, el respeto e incluso la implementación de muchos derechos para las mujeres y hemos demostrado que estos han beneficiado a toda la sociedad, incluidos los hombres, que ahora están más que nunca llamados a convertirse en defensores de los derechos humanos de nosotras las mujeres iniciando o uniéndose a movimientos por la igualdad de género.

El activismo de las feministas y los movimientos autónomos de las mujeres siguen siendo esenciales para el avance de los derechos humanos de las mujeres y la igualdad de género. Pero 25 años después de Beijing, la eliminación de la discriminación contra las mujeres no puede continuar siendo solo responsabilidad de las feministas y mujeres organizadas.  Necesitamos aliados. Hombres que se responsabilicen de toda esta discriminación que sufrimos las diversas mujeres; hombres autocríticos que se concienticen de sus privilegios y estén dispuestos a soltarlos.  Hombres que sepan tomar medidas concretas y personales para poner fin a la discriminación contra todas y cada una de las mujeres, en todas partes, todos los días. Hombres que entiendan que para lograr esa igualdad de género que necesitamos todas las personas, se requiere, además de la eliminación de la discriminación contra la mujer, la eliminación del racismo, la homo y transfobia, y la que se da en contra de cualquier persona que por diferentes motivos nos han enseñado a temer u odiar. 

Sueño con un 8 de marzo en el que en vez de que burlonamente nos pregunten a las feministas por qué existe un día internacional de la mujer, podamos contestar que ya no lo necesitamos porque ya se ha logrado la eliminación de todas las formas de discriminación y por ende, todas las personas vivimos en cuerpo propio la bella idea de que todas somos iguales en dignidad y derechos como nos lo enseña la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero como ese día no ha llegado aún, espero que este 8 de marzo lo utilicemos todas y todos para concientizarnos de que la discriminación contra las mujeres nos afecta negativamente a todos los seres humanos y al planeta mismo, y que, por ende, nos toca a todos eliminarla.

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