El sábado 26 de enero, cumplí 65 años. Es decir, paso oficialmente a ser una adulta mayor y lo quiero celebrar con ustedes recordándonos que mi generación, como las anteriores, construimos grandes y pequeños movimientos feministas en todo el mundo. Al reflexionar sobre mi vida me siento muy orgullosa de ser parte de este gran movimiento milenario. Insisto en su carácter milenario porque no me gusta invisibilizar a las mujeres que lucharon contra la instauración del patriarcado desde sus inicios hace más o menos seis mil años. Creo indispensable reconocer que la lucha se inició en ese momento y no después de siglos de subordinación como afirman algunas porque hablar del feminismo como un movimiento que se inició en la Ilustración europea es condenar a millones de ancestras de todas partes del mundo al olvido. Aunque no las conozca a todas porque el Patriarcado las ha borrado, sé que lucharon porque todas las mujeres que hoy estamos vivas y disfrutando de ser reconocidas como seres humanos aunque todavía no disfrutemos plenamente de ningún derecho humano, lo hacemos gracias a que otras mujeres, antes que nosotras, nos abrieron el camino con su lucha, su amor por la vida, su anhelo de igualdad y libertad, su esfuerzo, sus iniciativas, su valentía, su creatividad, su esperanza y su imaginación.
Provengo de una familia donde mi madre y mi abuela se rebelaron contra los roles que la sociedad les imponía a pesar de no llamarse feministas. Mi abuela me insistía en que yo podía superar todas las barreras que me encontrara en el camino y mi mamá me educó bajo el precepto de que las mujeres teníamos derechos como lo declaraba mi congénere, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Crecí con esta Declaración como mi guía espiritual y reconociendo que fueron mujeres las que lograron que la misma declarara la igualdad entre hombres y mujeres junto con la prohibición de discriminación por sexo. Gracias a estos antecedentes y a esa Declaración, pertenezco a una generación de mujeres que entendió que para lograr esa igualdad primero había que visibilizar su mayor obstáculo, el patriarcado. Así mi generación desenmascaró la misoginia detrás de los piropos, el amor romántico y la historia y demostró que hasta las ciencias más duras eran androcéntricas. Denunciamos la violencia de género contra las mujeres en todo el mundo y obligamos a los Estados a reconocer que los derechos de las mujeres eran derechos humanos. Junto con las feministas de mi generación, grité por las calles de Nueva York que lo personal es político porque entendimos que nuestra subordinación era muy diferente a la de otros grupos porque empezaba en nuestras propias familias. Pertenezco a una generación que quiso desmantelar mitos tan arraigados en nuestra psique como que nuestros cuerpos femeninos eran sucios y por ende, que la sexualidad femenina es pecado, despreciable o inexistente. Juntas, las feministas que hoy somos viejas pero que en ese entonces éramos jóvenes, superamos tantos obstáculos y rompimos tantos estereotipos que no los puedo enumerar en unas cuantas líneas pero que hoy me hacen sentirme enormemente agradecida de haber pertenecido al movimiento más importante del Siglo XX.
Desde que me hice feminista en 1970, mis colegas feministas y yo iniciamos proyectos lindísimos como la primera revista feminista de Costa Rica, el Comité Latinoamericano para la defensa de los derechos de las mujeres, CLADEM, la Fundación Justicia y Género y el Caucus de mujeres por una justicia de género en la Corte Penal Internacional por nombrar sólo algunos. Más recientemente, junto con otras ecofeministas, iniciamos mis dos proyectos preferidos: la Comuna de la Luna Llena y el WHRI, curso intensivo que se imparte hoy en la Universidad de Toronto pero que en el futuro se hará en la Comuna. También tuve la enorme satisfacción de trabajar en FEMPRESS, la primera red informativa feminista de Latinoamérica con sede en Chile y hoy trabajo junto a un grupo de mujeres fantásticas en JASS, una organización dedicada a apoyar los esfuerzos feministas en distintas partes del mundo. Durante mis ya más de cuatro décadas de ser feminista he pertenecido a diversos grupos que me han llenado de esperanza en el poder transformador del feminismo como lo fueron Ventana y Las Entendidas y hoy, Petateras.
Por supuesto que no todo ha sido positivo en mi vida: he vivido la violencia sexual en mi propio cuerpo y sufrido la violencia estructural, social y cultural de un sistema que me ha ninguneado. De joven tuve que combinar el rol de madre y esposa con el de activista feminista y estudiante de derecho. Y lo logré gracias a las teorías feministas que me daban esperanza en un mundo más feliz e igualitario aunque durmiera tan poco. Pero aunque no todo ha sido color de rosas, ahora que soy oficialmente vieja puedo decir con toda certeza que “valió la pena”.
Les cuento esto para recordarles a todas las que hoy son jóvenes y no tan jóvenes feministas que un día ustedes serán las mayores de otras jóvenes que vendrán después porque falta mucho para erradicar al Patriarcado capitalista de nuestras mentes y corazones y ni qué decir de nuestras comunidades, sociedades y estados. Aún queda por delante un largo camino de esperanzas y miedos, de retrocesos y avances pero sí les digo que para seguir avanzando es necesario conocer el camino andado. Sólo conociendo la historia de las luchas por la vida de nuestras antepasadas, podremos construir sobre sus bases. No se dejen engañar con historias falsas de que el feminismo ya no es necesario o que las feministas de antes no luchábamos contra el racismo, la homofobia, las guerras y el consumismo. No se crean que ustedes son las primeras en descubrir la diversidad entre mujeres, la complejidad del género o la pobreza de la mayoría de nosotras como nos quieren hacer creer tanto los/las antifeministas como las/los feministas posmodernos. Las mujeres de hoy sabemos y disfrutamos muchas cosas porque nuestras ancestras lucharon por ello. Con equivocaciones claro, pero también con pasión y tenacidad. Gracias a ellas, ustedes las mayores del mañana y nosotras, las viejas de hoy, no sólo podemos apoyarnos las unas en las otras sino que además, contamos con teorías increíbles para fundamentar nuestras exigencias y sueños; experiencias que nos pueden guiar en nuestras nuevas luchas; leyes e instituciones con las que nos podemos más o menos defender y un movimiento feminista internacional y local al que nos podemos unir para hacerlo más cohesionado, más diverso y más poderoso.
Mi deseo más grande en este día es que todas podamos decir “gracias”. Gracias a todas las mujeres que me abrieron el camino, gracias a todas las que caminaron y caminan conmigo y gracias a las que seguirán caminándolo una vez que ya yo me haya ido.