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Después de un día lleno de esperanza, sentada en la sala de mi apartamento, me llegó la noticia que con 99.98% de las urnas informadas, el No ganaba sobre el Sí con el 50.21% frente al 49.78%. Estoy sin palabras, con el corazón partido—totalmente en shock. Después de cuatro años de negociaciones con las FARC, la población colombiana votó rechazar el acuerdo de paz que nuestro gobierno negoció con los líderes del grupo guerrillero en la Habana.

En lo personal, siento tristeza y miedo a la vez. ¿Este resultado qué significa para el futuro del país? ¿Qué tan realista es qué se puedan renegociar ciertas cosas con las FARC? No sabemos. Esa incertidumbre me choca, me asusta. Aún, con los comentarios de Timochenko ayer, donde reiteró que las FARC mantienen “su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro” sigo en total desesperación porque un proceso de negociación de cuatro años no fue suficiente para unos 6 millones de colombianos, ¿qué quieren o más bien, que creen que necesitan para por fin decir Sí a la paz?

En las semanas antes del plebiscito, tuve conversaciones y leí muchos escritos por gente del No. Me quedé fascinada con lo que vez tras vez oí (leí): votarán No porque (supuestamente) miembros de las FARC quienes cometieron crímenes durante la guerra nunca verán el interior de una cárcel, y porque, en su mente, el país se despedazará por el partido político (y el supuesto poder) que tendrán miembros de las FARC. Siempre me vienen dos cosas a la mente: ¿han leído el acuerdo? Porque si explica bien lo de la justicia para las víctimas (les invito a conocer los puntos del acuerdo); y dos, que no se ha terminado definir ni aterrizar la implementación de unas cosas del acuerdo con la idea de que primero el pueblo diga si quieren o no seguir con esta lógica. Esto significa que puede ser que el miedo que llevó a varias personas a decir No el domingo pasado, pudiera haber sido fundado en algo que aún no se ha definido. ¡Qué triste esa posibilidad (y rabia me da)!

En su conjunto, creo que a mucha gente se le olvidó que significa una negociación. Una negociación no es para que un lado decida todo y no concede nada. Una negociación requiere abrir un espacio en donde dos partidos con distintos puntos de vista puedan hablar, escucharse, y llegar a unos acuerdos fundamentales que enmarcaran su futuro como socios y compatriotas; en este caso también implica dejar las armas y alzar la palabra. Además, en este caso, fue entre una delegación del gobierno, quien representó los más de 48 millones de colombianos y colombianas, y una de las FARC. Para mí siempre era obvio que esta delegación no representaba mis ideas ni mis opiniones, esta delegación representaba todas y todos los colombianos—diversos, complejos, y berracos—y, por lo tanto, el acuerdo final nunca iba contener el 100% de lo que quería. Lo que pienso, no es lo mismo para ti, ni para fulanita; el acuerdo final tuvo que abarcar el conjunto de ideas y necesidades de la población. Tuvo que negociar unas cosas y conceder otras para llegar una visión más holística y compartida de la paz.

Pero más que nada, lo que me asombra es la falta de voluntad de mis compatriotas a la participación política. Según datos de la Registraduría Nacional, de las más de 34 millones de personas habilitadas, menos de 14 millones, o más bien 37.43%, ejercieron su derecho de sufragio. Me sigo preguntando, ¿cómo puede ser? Peor aún, el No sobrepasó el Sí con menos de 55.000 votos. Esto significa que, si 0.02% más de las personas habilitadas hubieron votado por el Sí, estaríamos en una situación muy diferente. ¡0.02%!

Después de 50 años de vivir una pesadilla—una pesadilla que mató a más de 220,000 personas y desplazo a más de 6 millones de personas—por fin tuvimos una oportunidad de romper con esa realidad y soñar en una vida sin un conflicto armado, sin un poder fáctico funcionando en paralelo al estado de derecho. Crear, como pueblo unido, una realidad en donde hay rendición de cuentas, se pueda monitorear el accionar de aquellos que quieren instaurar brechas entre nosotros y nosotras, donde hay procesos políticos que por fin representen a la diversidad de colombianos y colombianas (si, esto significa también aquellos con visiones políticos distintos).

Pero no. Al fin de todo, la mayoría de mi pueblo decidió no votar, no participar en este momento histórico. Esto para mí, es lo más triste.

Pues, diría casi lo más triste. Realmente lo más triste en todo esto es, que otra vez, volvimos a quedarles mal a las personas más afectadas, de manera directa, por este conflicto. Las victimas votaron que Sí: “Esto lo muestran las cifras de votaciones en municipios históricamente asediados por el conflicto en Cauca, Guaviare, Nariño, Caquetá, Antioquia, Vaupés, Putumayo, Meta y Chocó.” En el Chocó, “este domingo 96% de la población votó por el Sí, y solo 4 por ciento restante por el No.” Mientras muchos que han tenido el privilegio de no vivir en la cotidianidad esta pesadilla, decidieron que su malestar, que su incomodidad con el acuerdo toma prioridad, y votaron No. Me pregunto, ¿se dejaron llevar por el miedo? ¿Por la incertidumbre? ¿Por el odio de lo que no entienden?

O quizás porque nunca dimensionaron que ha implicado este proceso, especialmente para las víctimas. En el Chocó, la población de Bojayá ha mostrado que sí están dispuestas a perdonar y construir un país diferente, juntos, cuando participó en “un acto de perdón con los miembros del Secretariado de las FARC.” Así mismo, este proceso de paz ha tenido algo innovador y pionero—una perspectiva de género que transversaliza todos los aspectos del proceso, el acuerdo, y su implementación. ¿Esto que significa? Pues, les digo que como ejemplo, y según El País:

Se trata de provisiones muy concretas en materia de garantía en el acceso y tenencia de la tierra para las mujeres rurales; promoción de la participación de mujeres en espacios de toma de decisiones para la implementación de una paz estable y duradera; medidas de prevención y protección para las mujeres para garantizar una vida libre de violencias; o garantías de acceso a verdad, justicia y medidas contra la impunidad y el reconocimiento a las formas diferenciales en que el conflicto afectó a las mujeres de manera desproporcionada.”

Es decir, que la construcción de la paz en Colombia ha sido, y tenía la esperanza de seguir siendo, feminista (vayan a ver un video buenísimo de (e)stereotipas).

Pero ahora, entramos en una etapa desconocida, donde hubo dos voces altas diciendo no y a la vez sí a la paz. Nuestro presidente mandará su jefe negociador a la Habana para decidir “entre todos cuál es el camino” para que la paz “sea posible y salga todavía más fortalecida de esta situación.” No sabemos que pasará, no sabemos si se re-negociará el acuerdo, si nos darán oportunidad nueva de opinar sobre el camino a seguir o el próximo acuerdo.

Lo único cierto es que seguimos, como país, en una situación desconocida. Mi temor es que esas mismas emociones que agarraron a los 6 millones ciudadanos del No y los otros 21 millones que ni siquiera votaron, se vigorizaran aún más, y resulta que ninguna paz si no le conviene a cada una, no es una paz que quieren.

Qué sensación de impotencia  arrolladora siento frente esto. Aun así, seguiré, con los y las 6 millones del Sí, luchando por una paz y una Colombia que pone la esperanza, el amor, y la paz por encima de todo. Seguiremos luchando para que las voces de las víctimas se escuchen, para que ellas y ellos que han tenido que vivir esta pesadilla de primera mano, puedan intervenir con sus estrategias de esperanza y de vida en un próximo proceso hacia la paz que aún está por darse. Le suplico a los del No, que se sumen a esta lucha; que vean la realidad por los ojos de las víctimas no solamente de su propio privilegio, porque solamente así verán la verdad: cuando, en la cotidianidad, no has vivido la paz, una paz imperfecta da esperanza, da oportunidad de una vida mejor; una paz imperfecta aún es paz.

 

crédito de foto: AFP

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