El 28 de junio se celebra el día del orgullo Gay-Lésbico, y en muchos lugares del mundo las calles se llenarán de banderas multicolores, carrozas y consignas que mostrarán lo duro que es amar a una persona del mismo sexo en nuestras sociedades. Un 28 de junio nace de manera espontánea una lucha que se alza en contra de los abusos que se hicieron en el famoso bar Stonewall de Nueva York. Como lesbiana, mi corazón marca el paso para salir a la calle. Quisiera hacerlo como antes y llevar banderas multicolores para decirle al mundo que no hay nada de malo en amar. Sin embargo, el 28 de junio no solo tiene el sabor de la lucha por el amor; en mi cuerpo hierven en conjunto otras luchas porque en Honduras, este día, se encuentran las resistencias que se hacen con el cuerpo y se defienden con la vida. El 28 de junio se encuentran las luchas que siembran las esperanzas que protegen la tierra que guarda las semillas y el agua que las hace crecer.
Aquí, el 28 de junio de 2009, se opacó el sol en la ya desgastada democracia que vivíamos, y comenzó el oscurantismo de una dictadura golpista que poco a mucho ha ido retrocediendo en todas las concepciones de derechos humanos que los movimientos sociales habíamos logrado. Pero ese mismo día nació La Resistencia sin llamado alguno, sin convocatoria única. Fue, al igual que las mujeres y hombres en el 69, una expresión espontanea de indignación ante el horror de las armas, ante la brutalidad de los tanques y ante el dolor generado por las bombas, los toques de queda y las muertes. Ese 28 de junio, medios de comunicación, comisionados de DDHH, diputados y diputadas, empresarios, militares y políticos se mancharon las manos de rojo, el rojo de nuestra sangre: nos golpearon, violaron, mataron… creyendo que así podrían anularnos. Lo que no imaginaron es que ese mismo rojo que derramaron tan impunemente y con el que tenemos teñidos nuestros corazones, es ese mismo rojo que arde en cada una de nuestras almas y nos impulsa a salir a la calle una y otra vez.
Durante estos cinco años hemos seguido saliendo y reinvindicando el derechos a defender nuestros derechos. Salimos en las comunidades, en la política, en los barrios, en las organizaciones campesinas, en los escenarios y en todos los espacios donde se defiende la vida, incluidos nuestros cuerpos. Salimos para tejer espacios en los que nos encontramos para afrontar los distintos rostros del horror de la dictadura que se ensaña en nuestros cuerpos de mujeres a través del desprestigio, la judicialización, el acoso sexual, la falta de educación laica, atentados contra nosotras o nuestras familias, asesinatos, violencia doméstica, golpes, expresiones de odio, tortura… la lista de agresiones contra las defensoras es larga, pero la de perpetradores se acorta: 62% de ellos son actores estatales, seguidos por empresarios.
Hoy, nuevamente, salimos con la memoria en alto, con la certeza de que las construcciones colectivas, como la de la Red Nacional de Defensoras y sus vínculos a nivel regional e internacional, son necesarias para sostener nuestras luchas y para cuidar no solo nuestras vidas, sino la de la madre tierra… la de todas y todos porque seguimos reivindicando ese amor que está en la boca de cada defensora que se levanta, de cada pareja del mismo sexo que siente orgullo al amarse, y el rojo de la vida que sigue impulsando nuestros corazones.